Reflexiones a propósito de Tierra amada. Espíritu de perfección,
poemario de Victoria Caro
Bernal
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Saludos muy calurosos para ustedes, amigos burri-lectores.
Perdonen que no sean saludos muy fríos, porque aquí, en Madrid, 40 grados de calor nos están convirtiendo en brochetas andantes.
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La poeta de la inteligencia |
Les comenté en Sol, mar y poesía en Málaga que, por gentil invitación de María Victoria Caro Bernal, había estado "rebuznando" por el Ateneo de Málaga, con motivo de la presentación de su poemario Tierra amada. Espíritu de perfección (Editorial Vive Libro).
Tierra amada es un poemario con muchas virtudes, inagotables en este post. Cada uno de los poemas reboza de una inteligencia, de un conocimiento y de una sensibilidad que a mí aún se me escapa (y lo he re-leído demasiado).
Sin embargo, aquí comentaré dos reflexiones en torno a sus poemas. Abandono por un momento "el toque de humor" característico de este su amigo el burrito, para entregarme a la meditación de la lectura poética. Quedan invitados a conocer esta Tierra amada. Espíritu de Perfección. Seguramente, entre todos podemos ir desgranando lo que sus conceptos encierran. Tarea difícil, pero, créanme, muy gratificante.
Sin embargo, aquí comentaré dos reflexiones en torno a sus poemas. Abandono por un momento "el toque de humor" característico de este su amigo el burrito, para entregarme a la meditación de la lectura poética. Quedan invitados a conocer esta Tierra amada. Espíritu de Perfección. Seguramente, entre todos podemos ir desgranando lo que sus conceptos encierran. Tarea difícil, pero, créanme, muy gratificante.
1. Poesía que enamora la inteligencia
Tierra
amada es un camino descendente, donde la reflexión
intensa, serena, se enriquece con la experiencia cotidiana, con el día a día
del hombre de a pie. Esa tierra es amada en cuanto nos conduce por los caminos
del entendimiento, de la comprensión, de la perfección...
Hallando
arriba, buscando abajo.
Más
de media vida indagando en la intensa espera
(Dulces
latidos)
A través de los
cuarenta y cinco poemas, divididos en cuatro secciones, que conforman Tierra amada, la poeta privilegia el
concepto, la idea, el pensamiento, la inteligencia frente a la floritura,
frente al adorno complejo, pero superfluo, irrelevante; un poemario donde se siente
la obligación de hacernos partícipes de un hallazgo superior y vital, un
conocimiento difícilmente comprensible para el no iniciado, un conocimiento místico
dirían algunos. Con mucha razón, Antonio Moreno ha dicho de Victoria Caro que
es una poeta contemplativa:
Sentir
el abrazo de su voz.
Comunicar
con el misterio
sin
escarbar en Babel,
bajo
el mar de su brillo inteligente y feliz.
(Dulces
latidos)
En Tierra amada, la palabra lucha contra sí
misma para lograr expresar lo que, por principios, es inexpresable. La palabra
poética hace uso de todos sus recursos, paradojas, símbolos, metáforas,
exigiéndose hasta el límite para lograr comunicar sin caer en el sinsentido, sin
caer en ese Babel donde se habla mucho, donde todo resuena, pero nada se dice.
De ahí que el lenguaje se torne a veces árido, difícil, pero que con paciencia
se puede descifrar.
Como
dos leones alzados,
que
amparan un yelmo hecho cuartos,
ellos
salvaguardan bien
a
pomposos caballitos de mar.
Escudriñaba
la dilatación del raro iris.
En
una noche de comuna
los
secretos pasearon.
Levógiros.
Devaneos
de feria y desplomes,
hasta
darnos cuenta a tiempo
de
que enmascarados duendes
predecían
consecuencias insospechadas.
(Iris:
eterno río de rosas)
2. La poesía como remedio contra la melancolía
El
Siglo de Oro instauró una edad de la melancolía en toda la literatura en lengua
castellana, adjetívese como hispánica y latinoamericana; una melancolía que era
concomitante –aunque también una consecuencia– de los grandes trastornos
sociales de la época; trastornos que obligaron al abandono de unas virtudes y
líneas de pensamiento, en favor de nuevos y extraños cánones. El Quijote de
Cervantes es fiel reflejo de un hombre que ya no encaja y, por lo tanto, su
muerte es inevitable. Entonces, el mundo aparece ante el poeta como ajeno,
horroroso, un «valle de lágrimas» del que hay que huir. Lo terrenal ya no
enamora, y el ser humano –desencantado o desenamorado– se condena a peregrinar,
en términos de don Luis de Góngora, o a caminar, en términos de don Antonio
Machado, en busca de una nueva felicidad o, cuanto menos, algo que le prometa la salvación.
No
es casual que, cuatrocientos años después, César Vallejo, quizá el mejor poeta
del siglo XX, inaugure toda su poesía publicada con una prolongación de tintes
áureos. El primer verso es categórico: «Hay golpes en la vida tan fuertes... yo
no sé!» («Los heraldos negros», v. 1). Tantos años han transcurrido y esa
salvación no llega. La tristeza y el dolor continúan; es más, con dos guerras
mundiales a cuestas, la melancolía se intensifica y la palabra –esencia de la
literatura– entra en crisis. «¿De qué sirven las palabras? ¡Estoy harto de
palabras!», exclamaría Mr. Wilson en The
Stranger (1946), de Orson Welles. Y parece que, navegando en el siglo XXI, la
melancolía se está expandiendo a otros mundos, con Gravity y The Martian,
por un lado, y a otras formas de entender lo literario, como el neobarroquismo,
por el otro.
Pero
he leído el poemario de Victoria Caro Bernal y he quedado gratamente
sorprendido y un poco esperanzado. Tierra
amada parece augurar una nueva era en la conciencia colectiva o, con mayor
precisión, un momento de quiebre y de reconciliación con este mundo, tan
terrenal como metafísico. En este sentido, es sintomático que la poeta haya
subtitulado sus cuarenta y cinco poemas con una frase de ribetes áureos, claramente
embebida de la mística carmelita: Espíritu
de perfección, que marca una clara distancia con ese Camino de perfección de santa Teresa (tan vinculado con Dios), pero
que no lo niega, antes bien, lo acepta como su antecedente («hipotexto», en
clave intertextual) y se embarca en un nuevo camino unitivo, el del sonido
metafísico, sorprendentemente afín al reciente descubrimiento de las ondas
gravitacionales predichas por Albert Einstein. Así lo deja establecido desde
los primeros versos:
Acercándome
a un conocimiento íntimo,
no
del todo entendido su fin,
manifestado
ante la faz luminosa
en
el monte intermedio,
dentro
de la envolvente oscuridad,
voz
solemne, masculina y sonora.
(«Verdadero»,
vv. 1-6)
Si
en 1955 Jorge Eduardo Eielson revivía la mística de san Juan de la Cruz en Noche oscura del cuerpo, para apoyar la
materialidad del ser humano como otro camino de unión con el universo; en 2015,
Victoria Caro nos conduce por las ondas o por la vibración del «gozoso y
cautivado sonido» («1.2.2.1. Ondina», v. 11), un novedoso e insospechado camino
que sintetiza las órdenes físicas y trascendentales, puesto que, para la poeta,
la tradicional «luz» –recuerden el verso sanjuanista «sin otra luz y guía, / sino
la que en el corazón ardía»– no es la única fuente de conocimiento, ni de
unidad. En todo caso, la luz ha agotado su tiempo, ha envejecido, «Hoy he visto
la sombra de la luz» («Laureola en sombras», v. 1), y la poeta instaura un
nuevo orden, una nueva fraternidad: «Hermanos de la voz metafísica» («Dulces latidos», v. 5), una perspectiva a la
que ha llegado por medio del purificante e inevitable dolor: «Porque estuve
derrotada / y escuché tensa de dolor el gran Sonido» («Cetro de espinas vivas»,
v. 6).
En
este punto debo alertar de que el lenguaje de Tierra amada no se eleva exclusivamente por encima de toda
consideración terrenal, priorizando el discurso hermético que convertiría al
poemario en una lectura solo para iniciados. Antes bien, Tierra amada continúa o, mejor dicho, integra en su discurso la
experiencia de la poesía mística –despojada del adjetivo carmelita, budista o
sufí–, respetando el inevitable recorrido por sus tres etapas: preparación, «El
verdadero comienzo de las palabras / es pronunciarlas sin mover los labios» («En
la noche», vv. 1-2), purificación, «¿Habré muerto? / A mí regresé. // Nacida de
la espuma» («En el principio estaba nacida», vv. 9-11), y unitiva, «Uno
conmigo, / desde lo profundo hasta poder tocarlo» («Verdadero», vv. 19-20).
Pero, además, recoge los elementos terrenales no tanto como símbolos o
representaciones de lo trascendente –diferencia importante respecto a «la casa
sosegada» o a «la noche oscura» de san Juan–, sino como su realización concreta;
de ahí que el poemario de Victoria Caro Bernal se nos ofrezca más cercano y tan
humano, fundiendo lo mistérico entre los asuntos cotidianos: «Motores frenando,
/ ruidos que te regresan a la calle» («Sensación de olvido», vv. 10-11), en un
despliegue de metáforas muy cercanas a los haikus japoneses, por ejemplo.
Así,
pues, Tierra amada añade un camino de
retorno al proceso de ascensión de la mística tradicional. Es decir, se ha
elaborado una geometría o arquitectura cognoscitiva que fluye de lo terrenal
hacia lo trascendental y viceversa, con lo cual roza el tan ansiado re-enamoramiento
del hombre y difumina –aunque la voz poética no lo logra totalmente– los bordes
de la melancolía. Aquí, el sonido empieza a tener forma: «Saboread las bellas
notas maestras» («Amadas notas celestiales», vv. 15), y se retorna al amor
primero, al que da sentido a la existencia: «Gracias, Señor, porque Tú salvas»
(«Gracias, Señor, por tu misericordia», v. 24).
Por
este esfuerzo de indagación e introspección, Victoria Caro nos otorga una nueva
mirada, otro ángulo que nos facilitará ampliar y descubrir aquellas zonas
oscuras donde la luz no alcanza a iluminar. El ser humano ya no mirará solo
aquello que este ente lumínico permita, sino que escuchará atentamente la misma
voz del universo, esas «ondas gravitacionales» largamente esperadas y que la
poeta nos ha puesto en escritura; también, nos acercaremos un poco más a esa
ansiada felicidad y, por qué no, a la auténtica liberación. En cualquiera de
los casos, no olvidemos nuestro agradecimiento a Victoria Caro Bernal por este «ensordecedor»
poemario.
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