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Cómo follar con arte

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La lectora: belleza física y la intelectual, seximente unidas,
gracias al talento de Emilia Díaz


Saludos, burri-lectores:

Sé que los he tenido abandonados y que están extrañando mis acostumbradas burradas. ¡Ah!, ¿qué sería de nuestras vidas sin tener ocupaciones/preocupaciones? 





Ando todavía trotando y rebuznando por las calles de Rusia, con la esperanza de que algo bueno salgan de mis investigaciones (y no, no investigo cuál vodka es más bueno). Mientras tanto, con el sol entrando fuertemente por mi ventana, se me ha ocurrido escribir sobre tan ardiente tema.

Ojo, que aquí hablaré del acto de follar, puro y duro (nunca mejor dicho), y no del amor (tampoco será un manual para encontrar pareja o conocer gente). Sí, sexo y amor son dos aspectos humanos distintos, separables, pero también interrelacionados. Ya saben que aquí estoy de acuerdo con los sexólogos y sé que es posible el Sexo: ¿con o sin amor?. No me declaro un coito-técnico (hábil en el coito), pero algo de experiencia y práctica tengo (ejem, no entremos en pecados personales). Pueden leer mi post "Pienso en tu sexo".



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¿A quién no le ha sucedido luego de una noche de copas?

Pues, eso, que vamos al lío de una vez. En el arte narrativo, son muy pocos los escritores que han logrado salir con éxito de las zonas comunes, de las frases tópicas, del "lanzó un gemido", "sudorosos y jadeantes en la cama", "acarició su sexo con ternura", o sea, de describir escenas sexuales que hacen estremecer las entrañas de los lectores (y no justamente por placer). Hay que aprender a escribir novelas. Aquí un par de ejemplos de lo que NO se debe hacer; ¡muy atentos con tantas hipérboles, con las metáforas ridículas y las aliteraciones chirriantes! (está bien cilantro, pero no tanto):


Nunca me cansaré de esa fluidez plata, mi sexo nadando en alegría como un pez en el agua, mi ser liberado de mí misma y de los demás, la sensación temblorosa, la palpitación carnal y rosa que te separa de todos los colores y de toda la carne, haciéndote ver únicamente estrellas, constelaciones, vías lácteas, impulsándote sin cuerpo y sin alma a un espacio ondulado donde los cielos ondulados convierten tu no-cuerpo en ondulado. (Infrared, de Nancy Huston-2012)

Bueno, aquí otro ejemplo de metáforas desafortunadas. ¡Nunca más volveré a ver un gato lamiendo una bandeja de leche! (no te lo perdonaré Rachel, no te lo perdonaré). Ahora que leo bien el párrafo, ¿cómo es posible ese "casi gritar"? ¿Y por qué llama a su vagina "mi centro"? ¿acaso decir "mi flor", "mi tesoro" era demasiado pecaminoso? (ironía)

Casi gritando tras cinco minutos de placer agonizante, lo agarro para ponerlo, ahora furiosamente chocando nuestros vientres, dentro de mí, pero agarra mis brazos y pone su lengua en mi centro, como un gato chupando un plato de crema con el objetivo de no desperdiciar ni una gota. (Shire Hell, de Rachel Johnson-2008)

No olviden, queridísimos lectores y escritores: hay que cuidar bien la tensión entre lo sugerente y lo explícito, entre lo novedoso y lo cotidiano, entre el buen gusto y lo francamente ridículo. Una cosa es el relato pornográfico y otra, el erótico.


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Sí, los dejo en buenas manos


En sus manos queda el convertir el acto sexual (en solitario, en pareja, o en grupo) en arte puro, sublime, estremecedor desde los pies hasta la cabeza... ¡y más allá!






Aquí dejo tres ejemplos, dispares, pero que nos informan del buen arte de narrar escenas sexuales. ¡Disfruten!


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Coloco en primer lugar a la autora española Helena Cosano que, en El viento de Viena (2015), no cae en el facilismo del morbo, del mal llamado erotismo al estilo de Cincuenta sombras...

En este fragmento, la orgía que se montan los personajes no necesita de frases o escenas explícitas; basta con el uso apropiado de la enumeración y las comas, para culminar con un exquisito suspense, tan breve como bueno:





—Me alegra que ya estés desnudo —dijo suavemente—. ¿Podemos atarte?
Avanzó Salomé, le ató y amordazó con inmensa eficacia. Liubka se paseó con su uniforme de hermanita de la Cruz Roja, y con una pluma blanca le hizo cosquillas por donde quiso. Rick jadeaba de placer... Aún. No por mucho tiempo.
Jugaron. Cosquillas, latigazos, quemaduras con los bastoncillos de incienso, un vaso de agua fría que caía gota a gota donde menos se lo esperaba la víctima —nada demasiado cruel—. Eleonor y Liuba eran curiosas y disfrutaban jugando, explorando, ejerciendo su poder sobre ese cuerpo blando tan indefenso y ridículo, pero ninguna de las dos deseaba hacer realmente daño. Salomé, en cambio, sí. (p. 191)

El genial Gabriel García Márquez, en Memorias de mis putas tristes (2004), nos muestra a un protagonista lleno de pasión animal, desbocada, irracional. El sexo anal no es explícito ni grotesco, sino graciosamente sugerido en el comentario final.

Recuerdo que yo estaba leyendo La lozana andaluza en la hamaca del corredor, y la vi por casualidad inclinada en el lavadero con una pollera tan corta que dejaba al descubierto sus corvas suculentas. Presa de una fiebre irresistible se la levanté por detrás, le bajé las mutandas hasta las rodillas y la embestí en reversa. Ay, señor, dijo ella, con un quejido lúgubre, eso no se hizo para entrar sino para salir.


El tercer ejemplo, aunque enmascarado de fábula, sirve para adoctrinar a las señoritas en "no escuchar al lobo", o sea, a los hombres y sus falsas promesas. 

Claro, Caperucita roja se enmarca dentro de un contexto social en el que la mujer debía proteger su virginidad (entonces, el sexo era muy malo) y el hombre era graficado como un animal astuto, que solo buscaba "comérsela". Lea mi post Caperucita ha sido violada

En el cuento de Charles Perrault, la pequeña niña se desnuda y se acuesta con el lobo. Podría decir que aquí hay pederastía, pero recuerden que hablamos de un cuento de la Edad media, donde era normal que los hombres mayores estuvieran con niñas.

¡Y me despido, no sin antes preguntar cuál es su escena de sexo favorita! Dejen sus sudorosos comentarios. ¡Buen día!




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