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Juguemos fulbito

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“Vamos a jugar fulbito”, se escucha decir a un grupo de amigos –sobre todo los fines de semana– y que normalmente desemboca en unas “chelitas” (¿acaso por el espacio cómico muy popular en la década del ’90 llamado “El jefecito” donde aparecía la secretaria llamada ‘Chelita’?). Actualmente, se suele decir también “juguemos una pichanguita”, ambos enunciados para referirse a una variante del denominado deporte rey: el fútbol.




El fútbol (del inglés football) es un deporte entre dos equipos de once jugadores cada uno, cuya finalidad es hacer entrar un balón por una portería conforme a reglas determinadas. En la Edad Media, las personas se divertían golpeando una pelota e intentando meterla en la plaza del pueblo vecino a pesar de la gran resistencia. Lo que conocemos actualmente como fútbol comenzó en el siglo XIX cuando los estudiantes de ciertos colegios de Oxford y Cambridge acotaron un terreno de juego, delimitaron el número de jugadores e impusieron unas normas precisas. De este término derivan: futbolista, futbolín, futbolero, entre otros. El ‘fulbito’ es una variante de este deporte: se juega en un espacio menor al del campo convencional de fútbol y –obviamente– con menos jugadores.

Hasta aquí todo bien. Debemos alentar la práctica del deporte y el estudio, para formar personas capaces de usar su libertad correctamente y no se conviertan en obstáculos para el progreso de la comunidad.

Lo que no está bien es el atentado que –sin mayor reparo– se comete contra nuestro idioma. Las palabras están constituidas por monemas: el lexema y el morfema. El primero contiene el significado léxico (principal) de la palabra, mientras el segundo –que determina las distintas variaciones o accidentes de la palabra– posee el significado gramatical. Por ejemplo, mamita (la palabra mamá es una adaptación del francés maman): mam- es la raíz y el sufijo es -ita. A la raíz, como en este caso, puedo añadirle otros morfemas sin que ésta varíe: mamacita, mamás…; no así a los verbos irregulares: ir, voy, fui, etc. ¿Por qué entonces a ‘fútbol’ le cambiamos la raíz –sin que ésta sea irregular– originando el horrible ‘fulbito’? ¿Por qué la raíz se mantiene en palabras como futbolero, futbolín, etc.?

Evidentemente, la palabra ‘fulbito’ es un vulgarismo que se ha extendido, incluso hasta el nivel de lo que se denomina el habla culta: “Hoy empieza el fulbito femenino en Catacaos”, leí recientemente en la sección deportiva de un diario local.

La variación correcta para referirnos a este juego debe ser ‘futbolito’ o ‘futbolcito’.

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