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Batman vs Superman o el fin de los tiempos

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Saludos amigos lectores de los rebuznos y las burradas de este animalito orejón.

Ya transcurridos los días de descanso por Semana Santa, quiero molestarlos con una muy breve reflexión sobre una mala película, pero que algo de bueno tiene: Batman vs Superman.




¡Nooooo!


Como ya sabrán nuestros cultísimos amigos, Superman muere. De hecho, ya tuvo una larga muerte y resurrección entre 1992 y 1993, en el cómic claro está (del que, a su vez, se hizo una peli en 2007). 









Solo quiero que presten atención a este hecho que asumo como importante para los tiempos que corren. Superman, el dios venido del cielo, muere... Y es que debe morir. Las muertes tanto del super-hombre como del dios son necesarias para nuestro tiempo; necesarias en cuanto que liberan al ser humano de toda preocupación ultraterrenal (o sea, del predominio del pecado y la salvación). Ya lo decía Dostoievsky en esa obra maestra que se llama Los hermanos Karamasov (1880), en el más brillante capítulo, El gran inquisidor, una discusión con Jesús de Nazareth:

(...) cuántos se han cansado de esperar, cuántos han prestado y prestarán todavía las luces de su inteligencia y el ardor de su corazón a los enemigos de tu causa, cuántos conluirán por usar en contra tuya esa libertad que les diste! Nosotros daremos la felicidad a todos, aboliremos las revueltas, las degollinas generales de la libertad. Sí, llegaremos a convencerles de que no serán verdaderamente libres hasta que se nos entreguen por completo. ¿Mentiremos? No, diremos la verdad; pues acabarán por persuadirse de que la libertad que tú les diste no les sirve sino para vivir llenos de duda y terror. 


Ahora reconocemos que la religión no solo no nos hace mejores, sino que es un obstáculo para el progreso espiritual. Ejemplos indiscutibles son los casos de pederastía por parte de sacerdotes cristianos y los atentados por parte de grupos islámicos.


Sí, ya basta.


La literatura ya está dando cuenta de este cambio hacia la madurez humana. Estamos abandonando ese estado de eterno infantilismo (confiando nuestra vida y nuestras preguntas a entidades abstractas), para hacernos cargo de nuestro ser en el mundo. Elga Reátegui, en su novela A este lado y al otro (2015) nos retrata al hombre/mujer actual en el comportamiento de Liliana, una inmigrante:

Se declara cristiana y católica, sin embargo, nunca la han visto en ninguna misa. Hizo la primera comunión a los ocho años y, tras ese encuentro con el cuerpo de Cristo, no acudió a ninguna eucaristía más. Únicamente concurre a las procesiones del Señor de los Milagros. Es infaltable los 18 de octubre. Acompaña las andas del Nazareno vestida con el hábito morado algunas cuadras y, luego, se despide hasta el siguiente año. (p. 264)

Aquí hago una pequeña defensa del tan odiado selfie, que es también una reafirmación del "este soy yo, aquí y ahora". Cuando la bruja le pregunta al espejo sobre quién es la más hermosa del reino, en pleno siglo XXI respondemos con un selfie, pues la respuesta somos nosotros mismos, una autoafirmación de la valía de nuestra vida.




Lamentablemente, esta "orfandad" nos deja a merced de cualquiera que se autodeclare "salvador". En mi post El siglo de los idiotas ya advertí de cómo incluso la inteligencia y el intelectual han sido desplazados por... (aquí los ejemplos abundan).


Creo que, al final de cuentas, Duchamp tenía razón

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