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¡La literatura no sirve para nada!

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¡HE VUELTO! 

Así es, queridos amigos de este burrito orejón. No estaba muerto, estaba de parranda por Moscú y Londres, dos paraísos para los amantes de la literatura, dos ciudades tan disímiles en lo externo pero profundamente hermanadas en lo íntimo del alma humana... 



¡Y sí, me compré el gorro de Sherlock Holmes!



la oreja del burro
El gorro de Shrelock y las obras completas de Conan Doyle
(Foto desde mi cama)

Bueno, ya me dejaré de chácharas y de fardar de mis viajes de bohemio con excusas literarias. Al fin y al cabo, lo que he sacado en provecho de tanto deambular es confirmar mis sospechas de que la Literatura no sirve para nada. ¡Y no es una conclusión efusiva, nostálgica o depresiva! Supongo que me ha llevado mi tiempo el meditar tan esencial cuestión. En el blog de LA OREJA DEL BURRO no soy el primero en tratar este tema. Ya el poeta y periodista Maxi de la Peña lo había comentado en Poesía cívica del siglo XXI.


la oreja del burroTampoco puedo dejar de echarle la culpa de estas reflexiones al excelente libro de Elga Reátegui, A este lado y al otro (Leer "Inmigrante eres tú"), un libro que bien podría enmarcarse dentro de las novelas de denuncia social, pues, casi como un documental, nos muestra las desgarradoras historias de tres mujeres que deben luchar por sobrevivir en un mundo despiadado. En el libro de Elga Reátegui, ni siquiera la familia tiende una mano caritativa:

"Lo más penoso e indignante venía después, cuando su madre entraba a su dormitorio provista de un sanmartín y la azotaba en medio de más injurias, quejas y sacadas en cara. "¿Qué clase de hembra eres, ah? Ya te he aconsejado, pero bruta eres. No entiendes. Si no le das lo que le gusta, lo va a buscar en la calle. Es joven y, por más que te quiera, necesita desfogar. No piensas, muchacha (...)" (p. 35)


la oreja del burro
Efectivamente, considero que la Literatura no sirve para nada ni está al servicio de nadie. Tampoco le debe nada a nadie, ni tan siquiera explicaciones. Es un acto fuertemente enraizado con la libertad exclusivamente humana. Por lo tanto, no está -o no debería estar- condicionada a reglas o limitantes externos a ella. Si se escribe para ganar dinero, ser famoso, para denunciar, para alabar, para criticar, o, como diría Vargas Llosa, para exorcizar nuestros demonios, estas acciones no tienen por qué incidir en el universo literario.


Ojo: aquí hablo de libertad, no de libertinaje; es decir, del uso desmedido de nuestra libertad. No todo puede ser escrito en nombre de la ficción literaria (de esto ya reflexioné en Ética de la ficción). 

la oreja del burro
La Literatura, como acto humano, conlleva una ética, un modo de comportamiento, un ángulo desde dónde observar el mundo. Y, desde mi asnal punto de vista, creo que esta debe ser su misión: descubrirnos el universo y hacernos entender lo complejo y profundo que es. Literatura y conocimiento son -o deberían ser- una unidad indisoluble. Así, pues, la Literatura es, en esencia, una metafísica.

No importa si la obra está basada en hechos reales o son altamente fantásticas. La cuestión es qué novedosa perspectiva nos ofrece. Cuando Jonathan Swift, en sus famosísimos Los viajes de Gulliver, describe la organización política de Liliput y Brobdingnag, no solo está haciendo gala de una gran imaginación, sino que, a través de estos seres fantásticos, ofrece una visión crítica de la política inglesa. Cuando Lewis Carroll nos hace partícipes de las aventuras de Alicia en el País de las maravillas, nos descubre la mutabilidad de la vida y las dimensiones que en ella se dan. Y cuando Elga Reátegui escribe sobre la tragedia de las mujeres inmigrantes, no solo nos está contando las crudezas de la sociedad peruana, estadounidense o española; la autora también está desvelándonos la miseria de la condición humana (y eso es uno de los grandes logros de su libro A este lado y al otro).

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